Mucho se ha hablado del impacto de los Final Fantasy originales lanzados en PlayStation, esos Final Fantasy VII, Final Fantasy VII y Final Fantasy IX (También podríamos meter a Final Fantasy Tactics, pero su impacto, aunque mayúsculo, sobre todo en el subgénero de los SRPGs, no tuvo tal calado en la comunidad de jugadores), estos títulos que hicieron que el género RPG no solo fuese cosa de jugadores concretos, minoría entre la minoría que parecían ser los que jugaban a videojuegos, sino que "asaltase los cielos" y tuviésemos a los primeros grandes éxitos comerciales de este género en occidente, preludio de lo que acabaría provocando Pokémon.
La cuestión es que incluso hoy en día hay mucha discusión sobre qué demonios es lo que tenían esos juegos que parece que "se perdió por el camino" en títulos posteriores de la saga, que incluso siendo brillantes y teniendo un evidente éxito comercial, parecen no lograr emular el calado de estos tres juegos concretos. Es más, incluso entre ellos, los fans tienen sonoras discusiones sobre en qué orden habría que colocarlos por términos de calidad.
En esta entrada no buscamos alimentar esa discusión o tratar sobre la tan cacareada "esencia", sino explorar un aspecto en el que parece que no se ha reparado demasiado y que puede servir para comprender el por qué estos tres títulos concretos tuvieron tal éxito en una comunidad de jugadores que rondaban los 12-20 años: tenían un lenguaje y unos personajes que hacían que los que jugaban se sintiesen identificados.
También hay que comprender que eran otros tiempos, los videojuegos no estaban tan extendidos como ahora y, por tanto, el espectro de jugadores, sobre todo de RPGs, abarcaba una rama social un poco más concentrada, con lo cual muchos chavales y chavalas, que se sentían "raritos" o "diferentes", tuvieron un juego (Porque el primer Final Fantasy marca) que les hablaba en su lenguaje.